Cuando Abraham era ya anciano, su hijo, Isaac, había crecido hasta hacerse un hombre. Así que Abraham envió a uno de sus siervos de vuelta a la tierra donde vivían sus parientes para que trajera una esposa para su hijo, Isaac.
Después de un muy largo viaje a la tierra donde vivían los parientes de Abraham, Dios dirigió al siervo hacia Rebeca. Ella era nieta del hermano de Abraham.
Después de mucho tiempo, Abraham murió, y todas las promesas que Dios le había hecho en el pacto fueron traspasadas a Isaac. Dios había prometido a Abraham que tendría inumerables descendientes, pero la esposa de Isaac, Rebeca, no podía tener a hijos.
Isaac oró por Rebeca, y Dios le permitió quedar embarazada de mellizos. Los dos bebés peleaban el uno con el otro minetras estaban en el vientre de Rebeca, por lo que Rebeca preguntó a Dios que estaba sucediendo.
Cuando nacieron los niños de Rebeca, el hijo mayor salió pelirrojo y peludo, y le pusieron por nombre Esaú. Entonces el hijo menor salió agarrando el talón de Esaú, y le pusieron por nombre llamaron Jacob.