Pero cuando fue el tiempo para que el barco saliera otra vez, nos preparamos para continuar en nuestro camino hacia Jerusalén. Cuando dejamos Tiro, todos los hombres y sus mujeres y niños fueron con nosotros a la orilla del mar. Todos nos arrodillamos allí en la arena y oramos. Después que todos nos despedimos, Pablo y nosotros, sus compañeros, subimos al barco y los otros creyentes regresaron a sus propias casas.