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De la multitud se levantaron algunos para acusar a Pablo y a Silas, y comenzaron a golpearlos. Luego los gobernantes Romanos dijeron a los soldados que rasgaran sus vestiduras y los azotaran con varas. Así que los soldados hicieron como les fue ordenado. Pasado esto, fueron echados en a la cárcel. Se aseguraron que ninguno saliese de allí. Los oficiales al recibir esa orden, echaron a Pablo y a Silas a lugar mas remoto de la cárcel. Allí, los hizo sentarse en el piso y estirar sus piernas para luego atarle sus rodillas a dos piezas grandes de madera, para que así no movieran sus piernas.
De la multitud se levantaron algunos para acusar a Pablo y a Silas, y comenzaron a golpearlos. Luego los gobernantes Romanos dijeron a los soldados que rasgaran sus vestiduras y los azotaran con varas. Así que los soldados hicieron como les fue ordenado. Pasado esto, fueron tomados y echados en la cárcel. Se aseguraron que ninguno saliese de allí. Los oficiales al recibir esa orden, echaron a Pablo y a Silas al lugar más remoto de la cárcel. Allí, los hizo sentarse en el piso y estirar sus piernas para luego atarle sus rodillas a dos piezas grandes de madera, para que así no movieran sus piernas.

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El carcelero se desperto y vió que todas las puertas de la carcel estaban abiertas a causa del terremoto. Al pensar que los presos habían abandonado la carcel, sacó su espada para matarse, porque sabía que si los gobernantes de la ciudad se enteraban que los presos habían escapado, lo matarían. Pablo al ver al encarcelero le gritó, "¡No te hagas daño! ¡Todos los presos estamos aquí!"
El carcelero se despertó y vió que todas las puertas de la carcel estaban abiertas a causa del terremoto. Al pensar que los presos habían abandonado la carcel, sacó su espada para matarse, porque sabía que si los gobernantes de la ciudad se enteraban que los presos habían escapado, lo matarían. Pablo al ver al encarcelero le gritó, "¡No te hagas daño! ¡Todos los presos estamos aquí!"