Muchos años después del diluvio, había allí mucha gente otra vez en el mundo, y todos hablaban el mismo idioma. En lugar de llenar la tierra como Dios les había ordenado, ellos se juntaron y construyeron una ciudad.
Eran muy orgullosos, y no se preocupaban por lo que Dios había dicho. Inclusive comenzaron a edificar una torre alta para alcanzar el cielo. Dios vio que si todos ellos se mantenían trabajando juntos para hacer el mal, ellos podrían hacer cosas mucho más pecaminosas.
Entonces, Dios cambió su idioma a muchos idiomas diferentes y esparció a la gente sobre todo el mundo. La ciudad que ellos habían comenzado a construir fue llamada Babel, que quiere decir, “confundido.”
Cientos de años después, Dios habló a un hombre llamado Abram. Dios le dijo: “Deja tu tierra y a tu familia y vé a la tierra que te mostraré. Yo te bendeciré y te haré una nación grande. Haré engrandecer tu nombre. Bendeciré a los que te bendicen y maldeciré a los que te maldicen. Todas las familias de la tierra serán benditas por medio de ti.”
Así, Abram obedeció a Dios. Él llevó a su esposa, Sarai, junto con todos sus siervos y todo lo que él poseía y fue a la tierra que Dios le mostró, la tierra de Canaán.
Cuando Abram llegó a Canaán, Dios le dijo: “Mira todo alrededor de ti. Yo te daré a ti y a tus descendientes como herencia toda la tierra que puedes ver.” Entonces Abram se estableció en la tierra.
Un día, Abram conoció a Melquisedec, el sacerdote del Dios Altísimo. Melquisedec bendijo a Abram y le dijo: “Que el Dios Altísimo quien es el dueño del cielo y la tierra bendiga a Abram.” Entonces, Abram dio a Melquisedec una décima parte de todo lo que poseía.
Pasaron muchos años, pero Abram y Saraí todavía no tenían un hijo. Dios le habló a Abram y le prometió otra vez que él tendría un hijo y muchos descendientes como las estrellas en el cielo. Abram creyó la promesa de Dios. Dios declaró que Abram era justo porque él creyó la promesa de Dios.
Entonces, Dios hizo un pacto con Abram. Un pacto es un acuerdo entre dos partes. Dios le dijo: “Yo te daré un hijo de tu propio cuerpo, un hijo tuyo y de tu esposa, Sarai. Yo le daré la tierra de Canaán a tus descendientes.” Pero Abram todavía no tenía hijo.