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Mientras los soldados apresaban a Jesús, Pedro sacó su espada y cortó la oreja de un sirviente del sumo sacerdote. Jesús le dijo: "¡Guarda tu espada! Yo podría pedirle al Padre un ejército completo de ángeles que me defiendan, pero Yo debo obedecer a mi Padre". Así que Jesús sanó la oreja de aquel hombre. Entonces, todos los discípulos salieron corriendo.